La delgada línea entre destino y casualidad
El capítulo en el que la vida me regaló justo el espacio que necesitaba
No creo en las casualidades.
Sé que muchos avanzan por la vida creyendo que lo que ocurre está escrito, que todo tiene un porqué. Sé que otros piensan que tienen control sobre sus decisiones, que son los dueños de su propio destino.
Yo estoy justo en el medio: creo en la inevitabilidad del destino y también en el libre albedrío.
Tal vez estés pensando: «Pobre León, ya se le fue la olla del todo, era cuestión de tiempo», y no te equivocarás al pensarlo. Aunque, si hacemos flashback a la caracola de la semana pasada, recordarás que llegamos a la conclusión de que todos creamos nuestra propia realidad, así que esta ida de olla es solo una porción más de mi realidad. Una porción importante. Y ya sé que suena totalmente contradictoria. ¿Destino con libre albedrío? ¿Qué será lo próximo? ¿Pizza con piña?
Si sigues leyendo, te explicaré mi teoría de los capítulos clave. Pero te aviso: ponte el cinturón y prepárate para las turbulencias.
Luego no vengas llamándome traidor.
Tocar fondo para resurgir
En 2017 estaba totalmente perdido.
En mi corteza, todo estaba bien: tenía un trabajo estable en Madrid, muy buenos amigos, hacía capoeira, teatro, música, había terminado el máster —por fin, cojones— y me escapaba de viaje a la mínima de cambio. No me faltaba de nada.
Y, aún así, aún con todo, me estaba desmoronando.
Había tocado fondo.
No sé si te ha pasado alguna vez, pero para mí tocar fondo fue darme cuenta del sinsentido de mi vida. Fue entender que había llenado cada hueco de mi existencia con trabajo, actividades extraescolares, viajes y planes, todo por un motivo muy concreto:
Estaba huyendo de mí mismo.
Un motivo, en apariencia, evidente, pero que tardé demasiados años en interiorizar.
¿Sabes lo bueno de tocar fondo? Que ya no puedes ir más abajo. Y, lo más importante: tienes superficie de sobra para impulsarte.
Cuando te pierdas, confía en tu olfato
Perderse no es agradable.
Ahí estaba, bloqueado, sin saber qué narices estaba haciendo con mi vida. Mi única toma de tierra era la escritura, pero, con toda la vorágine, te puedes imaginar lo fácil que me resultaba encontrar excusas para no sentarme a escribir. La novela era lo único que me conectaba con mi propósito, y la tenía abandonada. Había abandonado mi propósito.
Por eso estaba perdido.
Obviamente, en aquel momento solo sabía que me faltaba algo vital y que no tenía ni idea de lo que era. En mi novela escribí:
Es imposible luchar por conseguir algo que necesitas cuando no sabes lo que es.
Así estaba en 2017: buscando algo tan esencial como indefinido. Buscaba una señal, la estrella de los Reyes Magos, algo que me guiara, lo que fuera. Claro que es imposible ver las señales desde la vorágine.
La única solución que se me ocurrió fue parar. Frenazo, de golpe, quemando rueda. Paré y me senté en el arcén. Y olfateé, como habría hecho Gandalf.
Mi frenazo desembocó en un mes sin sueldo para irme de voluntario a Nepal. Otro día te hablaré de mi aventura nepalí, mágica, llena de decepciones y de enseñanzas.
Hoy te voy a hablar de lo que ocurrió después.
Cuando el destino se disfraza de casualidad
Volví de Nepal el 13 de agosto de 2017. Era domingo. Y había otro detalle importante: el martes era 15 de agosto, festivo en España.
La lógica, el jet lag y toda mi resaca emocional me imploraban que cogiera el lunes de vacaciones. Pero un noséqué me decía que fuera a la oficina.
Así que fui; había pasado demasiado en Nepal como para no hacerle caso al olfato.
Aquel lunes, madrugar fue una tortura medieval. Madrid en agosto seguía siendo Madrid en agosto. Volví a correr para que no se me escapara el metro, y luego corrí un poco más para no perder el autobús. Avancé hacia mi oficina como avanzó John Coffey por la milla verde. Me senté en mi silla eléctrica particular y yo mismo le di a la corriente.
Solo estaba uno de mis compañeros cuando llegué. Después de los saludos de rigor y alguna anécdota nepalí, me dijo que quería apuntarse a una rotación internacional de seis meses en Argentina. Yo me había postulado varias veces: Brasil, Perú, Chile, todas sin éxito, pero me conocía el proceso al dedillo, así que me senté con él y le ayudé. Luego, volví a mi silla eléctrica. De nuevo, perdido, la bandeja de entrada a reventar de correos sin leer.
Entonces, mi compañero me dijo algo que lo cambiaría todo:
—Oye, ¿por qué no te apuntas tú también a la rotación?
Quizá fue casualidad que decidiera ir ese lunes a la oficina, que mi compañero justo estuviera apuntándose a esa rotación y no a otra, que me pidiera ayuda. Que me hiciera esa pregunta.
Tal vez fue todo casualidad.
Yo creo que fue destino.
Perderse para encontrarse
Llegar a Buenos Aires fue como llegar a casa. Después de tanto tiempo sintiéndome perdido, en Argentina me encontré.
Ese lunes de agosto precipitó todo a velocidad de vértigo: en menos de un mes, me dijeron que el puesto era mío y que, por motivos de presupuesto, tenía que aterrizar en Buenos Aires antes de final de año.
Así fue como pasé la Nochebuena en Ribadeo con mi madre, la Navidad en un tren a Madrid y el 26 de diciembre en el aeropuerto, con toda mi vida en dos maletas y una mochila. Me pasé tres kilos del peso permitido y, como fui solo, tuve que tirar a la basura tres kilos de mis pertenencias. Lloré como en el final de La milla verde mientras lo hacía. La mujer que me atendió en el mostrador de Iberia me preguntó si estaba bien.
—No sé qué me pasa, si solo son seis meses.
Por supuesto, no sabía que terminaría quedándome allí dos años increíbles, dos años llenos de caracolas que te iré contando poco a poco en esta newsletter. Hoy quiero centrarme solo en una. Una que parece pequeña, pero que fue gigante para mí.
Fue durante mi primera semana en Buenos Aires, tomando cervezas por San Telmo después de la oficina. Me preguntaron que a qué me dedicaba. Mi respuesta me sorprendió:
—Pues trabajo de ingeniero de vídeo, pero soy escritor.
Soy escritor.
Esa fue la primera vez que me atreví a presentarme así. Escritor. Lo dije en voz alta.
No tengo ni idea de por qué lo hice. Tal vez fue la energía de esa ciudad, o la valentía de los argentinos, o quizá fue la sensación de lienzo en blanco, de poder ser lo que quisiera ser. Solo sé que me salió de muy dentro, de donde sale lo que realmente importa.
La réplica que recibí me dio alas:
—¿Ah, sí? ¿Y qué escribís?
En ese momento, la ingeniería pasó al banquillo. Lo importante era la escritura.
Tuve que ir hasta Buenos Aires para entenderlo.
Lo importante es la escritura.
Mi teoría de los capítulos clave
Los capítulos clave son esenciales a la hora de planificar una novela.
Son capítulos en los que narras acontecimientos que sí o sí tienen que pasar tus personajes para llegar al desenlace. Entre dos capítulos clave puede haber otro capítulo, varios o ninguno. Los capítulos intermedios van surgiendo según escribes, pero los capítulos clave deben ocurrir.
Así es como creo que funciona la vida: el destino marca nuestros capítulos clave, y el libre albedrío es todo lo que ocurre entre dos capítulos clave.
Para mí, Argentina fue uno de mis capítulos clave y lo que me llevó allí fue libre albedrío. No sé quién o qué está escribiendo la novela de mi vida, pero estoy convencido de que en su planificación marcó que encontraría mi lugar entre tango y dulce de leche.
Por supuesto, al igual que la realidad, los capítulos clave son totalmente subjetivos. Tal vez todo sea una gran casualidad y, tal vez esté buscando una explicación espiritual a todo el caos que me llevó a mi querida Buenos Aires.
Sí, tal vez todo sea casualidad.
El problema es que no creo en las casualidades.
Posdata
Hay dos detalles importantes que no te he contado.
El primero: ese lunes de agosto que decidí ir a la oficina era el último día para apuntarse a la rotación de Argentina.
Si hubiera cogido ese lunes de vacaciones, no habría podido enviar mi candidatura y, tal vez, nunca me habría atrevido a presentarme como escritor. Puede que la novela siguiera sin terminar.
Quién sabe si habría llegado a Buenos Aires por otro camino; según mi teoría de los capítulos clave, sí.
Pero quién sabe…
Ah, y el segundo detalle: me encanta la pizza con piña.
Esa sensación de lienzo en blanco…maravillosa, como el relato ❤️ Eso sí, juegas fuerte al posicionarte en algo tan polémico como la pizza con piña!
Para cuando tu próximo libro?
Ah! A mí me encanta la pizza con piña también.