Cuando el vértigo aprieta
El capítulo en el que encontré un truco para enfrentarme a mis miedos
Tengo pánico a las alturas.
No sé por qué me pasa. No tengo una experiencia traumática de pequeño, no hay una cicatriz que me recuerde lo estúpido que fui, no hay nada que pueda identificar como el origen de mi vértigo.
Y, sin embargo, es asomarme a más de tres pisos de altura y se me acelera el corazón, me falta el aire, me tiemblan las piernas, la vida, todo… y lo peor: me veo cayendo al vacío.
Es horrible. Y se me acentúa más cuando estoy con un grupo de personas que adoran las alturas. ¿En serio tienes miedo, León? Pero si no está tan alto, mírame, me asomo y no pasa nada.
No lo hacen a malas. De hecho, quieren ayudarte a superar tus miedos, porque si ellos pueden, tú también. Porque quieren que disfrutes de lo que ellos disfrutan. Porque te aprecian. Lo que no se paran a pensar es que, aunque el pánico en sí es intangible e irracional, las reacciones corporales que genera son muy reales. Te paralizas. Dejas de pensar.
No estoy diciendo que no se puedan superar los miedos, claro que se puede; para eso estamos aquí, cambiando caracolas. Pero el salto de una caracola a otra no es inmediato, requiere paciencia, requiere perseverancia y, aunque no parezca importante, requiere respeto. Respeto a ti, a los demás, a la propia caracola.
La caracola de hoy es un salto al vacío.
Un salto en el que todavía sigo cayendo.
La mentira de los miedos
Nuestros miedos son historias que nos contamos.
Y es lógico que lo sean; ya hablamos sobre cómo nos inventamos nuestra realidad. Nuestros miedos no son una excepción.
Así que, si me los invento, tendría que poder superarlos inventando una realidad en la que no tenga miedo, ¿no? Esa es la teoría, pero en la práctica, los miedos son parásitos que te necesitan para seguir vivos. Tienen instinto de supervivencia, y juegan sucio para que no puedas desprenderte de ellos.
Porque no sé tú, pero yo quiero vivir sin miedo, no disfruto nada de esos momentos de pánico que me bloquean y me alejan de lo que deseo lograr. Quiero escribir sin miedo, abrirme sin miedo, amar sin miedo. Quiero las vistas infinitas desde las alturas sin todo el pánico que me producen. Quiero volar.
No es una batalla fácil. Los miedos juegan sucio y tienen muchos trucos.
¿El más efectivo? Alejarte de lo que te da miedo.
Hazlo con miedo
El miedo es una herramienta. Nos alerta, nos prepara el cuerpo para afrontar ese peligro tan inminente. El miedo puede salvarnos la vida.
También puede bloqueárnosla.
Piensa en la última vez que no hiciste algo por el pánico que te producía. En mi caso, llevo posponiendo aprender a nadar por el miedo que tengo a ahogarme.
Vamos a pararnos unos segundos a analizar lo que te acabo de confesar.
Mi miedo a ahogarme me aleja de aprender y practicar la habilidad que me puede salvar de ahogarme. Lo lógico sería que mi fobia me incitara a añadir a mi caja de herramientas cualquier conocimiento útil contra lo que me da miedo, pero no funciona así. Y aquí es donde entra el famoso «hazlo, y si tienes miedo, hazlo con miedo».
Porque la clave para superar nuestros miedos es enfrentarnos a ellos.
Decirlo es fácil. ¿Hacerlo? Una movida totalmente diferente.
En realidad, ya sé nadar, ya me han enseñado lo básico, pero cuando pienso en meterme en el agua, en no hacer pie, en hundirme sin poder evitarlo… se me quitan las ganas hasta de meter la cabeza bajo la ducha. Así de irracionales son los miedos.
Con el vértigo me pasa lo mismo. La lógica me dice que no pasa nada por asomarme a una terraza en la que otras personas ya están charlando, tranquilas, felices, quizás apoyadas en la barandilla, señalando algo a lo lejos. Pero, en el momento, no puedo razonar. Simplemente sé que algo pasará, se caerá la barandilla, tropezaré, vendrá una ráfaga de viento, lo que sea, y el resultado será caer al vacío y hacerme papilla contra el suelo.
Con esas sensaciones, como para intentarlo estoy.
Y, sin embargo.
La incomodidad de estar vivo
Haciendo honor a mi pánico a las alturas, lo pasé fatal en mi primer vuelo —a Trinidad en 2003, con 17 añitos—. Mi amigo Adrián estaba conmigo y me apoyó en todo el proceso, con paciencia infinita cada vez que le decía que las alas se movían, que por qué se movían las alas; todavía no habíamos despegado.
Ahora, más de veinte años después, cojo aviones como el que coge el autobús. He volado más de doce horas para estar un fin de semana al otro lado del mundo —créeme, la razón lo merecía—. Disfruto de la pausa antes del despegue, de pegarme al respaldo con el acelerón, de abandonar el suelo y subir, subir por encima de las nubes. ¿Me pongo nervioso? Sí, pero son nervios de excitación, con una pizca de miedo, pero ya no es un miedo que me bloquea.

Y el truco fue hacerlo. Todo lo que pudiera. Cuanto más me expongo a la experiencia de volar, menos miedo siento y más lo disfruto.
Hasta ese punto nos podemos adaptar a los cambios.
Y perder el miedo no es más que un cambio más.
Mi experiencia con el parapente
Ya te conté que estuve un mes de voluntariado en Pokhara.
Lo que no te conté es que Pokhara es una de las cunas del parapente. Apasionados de todo el mundo van allí en busca de desniveles espectaculares desde los que saltar, cabalgando sus corrientes de aire con el Himalaya de fondo.
Estar allí no habría sido suficiente para convencerme de intentarlo, pero claro, fui con mi amiga Carmela, que es una apasionada de las alturas, y por fi, por fi, por fi, tenemos que saltar en parapente, que te va a encantar.
Ella fue el empujoncito que necesité para intentarlo.

Otro detalle importante: era agosto, plena época de monzón en Nepal, y es muy peligroso hacer parapente si llueve. Y sí, has acertado, el día que subimos con la intención de saltar, empezó a llover. Lo normal habría sido cancelar.
No fue lo que hicimos.
En lugar de eso, subimos en una furgoneta por un camino de cabras, con los instructores y otros aventureros como nosotros, un camino de cabras embarradísimo, en el que casi nos quedamos atrapados varias veces. Tardamos eones en subir y, durante todo el camino, no podía dejar de pensar en la cantidad de detalles que pueden salir mal cuando vuelas sujeto por una telita fina y una miríada de hilos más finos que la tela. Carmela al principio trataba de quitarle hierro al asunto, pero luego empezó a verme pálido, y ahí se preocupó.
El problema fue que no paró de llover. Esperamos un par de horas que parecieron semanas y, al final, los instructores decidieron que no podíamos saltar.
El alivio que sentí fue solo comparable al mejor orgasmo que te puedas imaginar.
Bajé feliz, con mi moreno recuperado, ajeno a que solo estábamos posponiendo la experiencia.
Toma dos
Como era de esperar, el sol volvió a salir.
Se habían acabado las excusas. Así que, con más nervios que el día anterior, volvimos a subir por el camino de cabras hasta al terreno desde el que saltaríamos.
Mi instructor me explicó todo: cómo teníamos que correr hacia el abismo, lo imprescindible que era que no frenáramos a mitad de camino, cómo sería el vuelo.
Había llegado el momento… y no estaba preparado. Ni de coña. Quise decirle que lo sentía mucho, que no podía hacerlo.
Y entonces empezó a correr, y yo corrí con él, y en cuestión de segundos, estaba pataleando en el aire.
Al principio, sentí pánico al mirar abajo y ver cómo los árboles, los caminos y los pueblos se iban alejando, pero el miedo fue disipándose con el vuelo, y pasé a disfrutarlo.
Cuando aterrizamos, mi instructor me preguntó que qué tal. Le respondí con otra pregunta:
—¿Repetimos?
El truco está en exponerse
Llevo ya casi dos años en Vancouver.
Siempre he vivido en el downtown, donde es muy normal alojarse en torres de más de treinta pisos. Empecé en un piso 11, luego vino un 18 y ahora estoy en un 26.
El paraíso para alguien con pánico a las alturas.
En el primer apartamento no me atrevía a salir a la terraza. En el segundo no había terraza, pero sí ventanas de suelo a techo. La sensación de vértigo estaba, pero con los meses la fui notando más y más diluida. En el apartamento de ahora estoy más alto que nunca en toda mi vida, y me atrevo a salir a la terraza. Yo.

Es curioso cómo, en el día a día, no nos damos cuenta de cuánto mejoramos a base de repetición, ya sea en el trabajo, entrenando, escribiendo, hablando un idioma…, o enfrentándonos a una de nuestras fobias. Si me llegas a preguntar hace dos semanas si tengo miedo a las alturas, te habría respondido que sí, que por supuesto, que de toda la vida.
Pero hace dos semanas no había vuelto a Nueva York.
Mi primera vez en la Gran Manzana fue en 2023, y fui a un par de rooftops; fue impactante, pero lo hice. Uno fue el SUMMIT —si vas a Nueva York, tienes que subir—, y recuerdo muy bien esa sensación de nervios y miedo al acercarme a los ventanales, en los que te sientes volar sobre los rascacielos de Manhattan. Donde no me atreví fue con la sección de Levitation: un suelo de cristal suspendido más de 300 metros sobre la Avenida Madison.
Dos años después, lo hice. Y no me temblaron las piernas.
¿Qué cambió en estos dos años?
Yo lo tengo claro: me expuse a mi fobia. Cada día. Algunos días lo llevé mejor, otros peor, mucho peor, pero lo hice. Y, gracias a eso, a no huir, estoy un poco más cerca de conquistar mi miedo a las alturas.
Quién sabe, tal vez en unos años te escriba la caracola de mi primer salto en paracaídas.
Posdata
Jovanotti es un cantante italiano que me gusta mucho.
Una de mis canciones favoritas es su Mi fido di te; te la dejo aquí, por si no la conoces:
En la canción, dice: «La vertigine non è paura di cadere, ma voglia di volare», que significa: «El vértigo no es miedo a caer, sino ganas de volar».
Y todo este tiempo me he preguntado si mi pánico a las alturas no es, en realidad, que no sé gestionar todas estas ganas que tengo de volar.
¿Y si mi pánico no es a fracasar? ¿Y si lo que tengo es miedo a triunfar?
¿Y si tengo miedo a no tener miedo?
Todavía no tengo respuesta, pero no te preocupes, que cuando la tenga, te la contaré.
Tengo miedo a las alturas y mire tus fotos en NY con miedo.😂
Es tremendo lo de tirarse de paracaídas! y creo que la mejor forma de vencer al miedo
Gracias por compartir🫰🏼bonito relato, como siempre 🤓