El síndrome de Cenicienta
El capítulo en el que me regalaron un truco para recuperar la fe en mí mismo
A veces siento que llego tarde a mi propia vida.
No sé si te ha pasado alguna vez. A mí me suele coger por sorpresa, después de haber llegado a la fiesta en mi flamante carruaje, lleno de ilusión, con mi vestido de princesa y mis zapatitos de cristal. Estoy a punto de conseguir todo lo que siempre he deseado, lo sé, no sé cómo, pero lo sé.
Y, de pronto, son las doce y estoy a las puertas del castillo, descalzo, cubierto de harapos y sujetando una calabaza del tamaño de mis sueños.
Es ahí, escuchando el jolgorio festivo desde fuera, con la calabaza menguando en mis brazos, cuando empiezo a cuestionármelo todo: lo que hago, lo que no hago, lo que podría hacer, lo que debería hacer. Lo que quiero hacer. Me lo cuestiono en bucle, como si así pudiera resolver algo, como si las dudas fueran el telón que esconde lo que sea que llevo esperando tanto tiempo.
La putada es que no tengo ni idea de lo que estoy esperando, ni de lo que estoy haciendo, ni de lo que pretendo conseguir.
Normalmente no me afecta no saber, hasta me parece emocionante, pero cuando dan las doce y los sueños parecen esfumarse, me cuesta un cojón y medio mantener la fe. Entonces, miro a mi alrededor y llega el batallón de comparaciones, tan odiosas como inevitables. Llegan, forman alianza con mis miedos y arrasan con todo.
En esos momentos me bloqueo, y solo puedo pensar que ya no pasan trenes después de las doce.
Lo que se supone que
Según te escribo esta caracola, tengo treinta y nueve años.
No te lo cuento porque no me guste cumplir años. No soy de esos. Me encanta cumplir años y, sinceramente, la alternativa no me seduce nada. Tampoco soy de los que volverían a los veinte con la sabiduría de los cuarenta. No cambiaría ninguna de las etapas que he vivido ni ninguna de las decisiones que he tomado. Me gusta quién soy, con todas mis imperfecciones, con todas mis virtudes, con todos mis flecos por pulir.
Te lo cuento porque, a mi edad, lo «normal» es estar casado con tu pareja y con el banco, irse de vacaciones en agosto y tener una cantidad de hijos mayor o igual a uno, todo con un trabajo estable que permita sostener tanta normalidad.
Por supuesto, la sociedad nos marca una fecha límite para conseguirlo todo. Así que vivimos acongojados, olvidándonos de disfrutar del presente, mirando de reojo cómo las manecillas avanzan, inexorables, hasta las doce. Y eso que soy hombre. Para una mujer, todo esto escala a cuenta atrás de bomba termonuclear.
Y así estamos, que nos preocupa tanto que se nos vaya a pasar el arroz que no nos paramos a pensar en lo que realmente queremos del menú.
Pero ¿cómo saber lo que queremos cuando está tan claro lo que deberíamos querer?
Todos estamos deambulando
A menudo pienso que me gustaría tener un plan que seguir.
Ya te he contado que la escritura es mi brújula, y tendría que ser suficiente, lo sé, pero, en realidad, no tengo un plan, más allá de escribir todo lo que pueda en mi tiempo libre, durmiendo menos o lo que sea que haga falta. No es algo tangible, como ahorrar tropecientos miles de euros para dar de entrada en una hipoteca, o querer ser padre de dos, un niño y una niña.
Los planes dan foco, dan seguridad. Una seguridad que yo nunca he vivido, porque nunca he sentido la claridad que muchas personas tienen sobre los hitos importantes de sus vidas. Así que, en lugar de avanzar, más bien deambulo. Cambio de trabajo, me enamoro, me mudo. Floto según sople el viento, como la pluma de Forrest Gump.
Quizás ese es mi plan, vivir en la eterna búsqueda de algo que no sé lo que es, confiando que lo sabré cuando me cruce con ello.
Dicho esto, te voy a contar un secreto: creo que todos estamos deambulando, incluso los que tienen la suerte de saber lo que quieren. Saber lo que quieres no implica conseguirlo. Tener un plan no implica completarlo.
Y eso es frustrante de narices.
La clave está en las decisiones
Tal vez madurar sea empezar a tomar decisiones.
Pronto entendemos que nos toca elegir sin saber si nuestras decisiones nos llevarán adónde queremos llegar. Por no saber, no sabemos ni si seguiremos queriendo lo mismo cuando lleguemos.
Así que, como no queda otra, decidimos sin bola de cristal, y nos engañamos pensando que podemos anticipar los hechos para tomar la «decisión correcta».
Pero no hay decisiones correctas o incorrectas. Solo hay —sin entrar a debatir si existe o no el destino— una cadena de elecciones que nos permiten avanzar.
Y, aún así, sigo creyendo que la clave está en las decisiones, en tomarlas, intentando recordar que, en realidad, no importa lo que elijamos.
Esto lo explica de forma magistral la doctora Ellen Langer que, entre otros hitos, es la primera mujer que logró convertirse en profesora titular de psicología en Harvard. Te dejo el extracto de la entrevista en la que habla sobre tomar decisiones, en la que dice:
Rather than waste your time being stressed over making the right decision, make the decision right.
El vídeo dura un minuto y no tiene desperdicio:
Como dice Ellen, no tenemos forma de saber lo que ocurrirá con cada decisión que podemos tomar, así que no sabremos nunca si otra decisión habría sido mejor que la que hemos elegido. Curiosamente, si algo sale mal, tendemos a pensar que cualquiera de los otros caminos que no hemos elegido habría sido mejor. Y nos fustigamos por haber sido tan estúpidos.
Pero, en realidad, lo estamos haciendo lo mejor que podemos. Y eso es lo mejor que podemos hacer.
Si no me crees, es momento de mirar atrás.
El camino recorrido
La incertidumbre es difícil de digerir, pero hoy me gustaría regalarte una herramienta que siempre me ayuda.
En 2022 publiqué mi primera novela, y fue uno de los hitos más importantes de toda mi vida, un sueño de infancia hecho realidad. Pero no me di tiempo para disfrutarlo. No había tiempo. Ahora que estaba publicada, tocaba moverla, publicitarla, hacer presentaciones, ir a ferias. Cada vez que me cruzaba con alguien, la misma pregunta:
—¿Qué tal van las ventas?
Y yo caía en la trampa, me justificaba, «van bien, aunque es difícil, que se publican muchos libros al año», y todos —con la mejor de las intenciones— me daban ideas para que el impacto de la novela fuera mayor, desde concursos por Instagram hasta entregar marcapáginas en la Puerta del Sol. Tenía que darme prisa si pretendía tener éxito, porque el éxito se mide en ventas y en likes, hasta el punto de olvidarnos de todo lo que hemos logrado.
Ahí es dónde mi amiga Eli me pidió que parara.
—No eres consciente de todo lo que has logrado.
Eso me dijo. Y me invitó a frenar, a darme la vuelta y disfrutar del camino que había recorrido.
Te dejo esta ilustración de Decade2doodles que lo representa de forma sublime:
Suelo acudir a ella en esos momentos en los que siento que llego tarde a mi propia vida, cuando la cima que quiero alcanzar se vuelve imposible de pronto. Me giro y veo que he trabajado en seis proyectos enormes de ingeniería en cuatro grandes empresas, que he terminado y publicado mi novela y varios relatos, que he vivido en tres países diferentes, que he amado y he sido amado. Que he perdido y he ganado. Y esto es solo en los últimos diez años.
Guau.
Si ha ocurrido todo esto hasta ahora, quién sabe lo que puede llegar a ocurrir.
De pronto, al parar y observar el camino recorrido, deambular no parece tan mala idea, y la calabaza que solía ser mi carruaje ya no me pesa tanto.
De hecho, puestos a elegir entre calabaza y carruaje, me quedo con la calabaza.
Por suerte para los que deambulamos, sí que hay vida después de las doce.
Posdata
Una caracola que tengo casi conquistada es la de la puntualidad.
Solía ser el que hacía esperar a todo el mundo, el que tenía que correr porque se le iba el tren o el avión. Dicen que los optimistas calculamos fatal el tiempo, porque pensamos que podemos hacer más de lo que realmente cabe en el tiempo que tenemos. A eso se le junta que, en vez de utilizar mi memoria para recordar eventos importantes, la uso para recordar diálogos enteros de películas y series; una de muchas habilidades inútiles que tengo en mi palmarés.
¿Cómo lo estoy corrigiendo? Pues con eventos en el calendario para cada cita, con varias alarmas que saltan con suficiente tiempo para que deje lo que sea que esté haciendo.
Quizá con estos trucos —y un poco de práctica— las doce dejen de pillarme tan por sorpresa.
Me ha encantado! Y yo pienso en ti y digo “guau! Es un valiente y un campeón” es una pena que a veces nos cueste vernos a nosotros mismos con los mismos ojo que las personas que nos quieren, tenemos que aprender a querernos más y mejor 😘😘
Suelo acudir a ella en esos momentos en los que siento que llego tarde a mi propia vida